En el corazón de la crisis global de drogas, un nuevo enemigo avanza sin hacer ruido, pero dejando un rastro de tragedias: las drogas sintéticas. Mientras lees esto, al menos 150 personas mueren cada día en Estados Unidos por sobredosis de opioides sintéticos como el fentanilo, una sustancia que ha cobrado más vidas que muchas guerras modernas.
Pero la emergencia no se queda solo en Norteamérica. En regiones como Oriente Medio y África, la fabricación y el consumo de estimulantes sintéticos están en pleno auge, mientras los sistemas de salud de esos países luchan por ofrecer siquiera un tratamiento básico a quienes caen en la dependencia.
Drogas de laboratorio: potentes, baratas… y mortales
El último informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) lanza una advertencia que debería preocuparnos a todos: la expansión de estas sustancias no solo es veloz, sino que además representa una amenaza mortal para la salud pública mundial.
A diferencia de las drogas tradicionales de origen vegetal (como la cocaína o la heroína), las sintéticas se crean en laboratorios clandestinos. Son más potentes, más fáciles de producir y más difíciles de rastrear. Cada vez que los gobiernos logran prohibir una sustancia, los fabricantes cambian una pequeña parte de su fórmula química y el resultado es un nuevo compuesto, muchas veces más peligroso, que escapa a la regulación.
La paradoja de la seudoefedrina y los “compuestos enmascarados”
Un ejemplo claro es la seudoefedrina, un ingrediente habitual en medicamentos para el resfriado. Aunque su uso es legítimo en la medicina, también sirve como materia prima para la fabricación de metanfetamina. Esta doble cara dificulta mucho su control, sin afectar al mismo tiempo el acceso de los pacientes a los tratamientos que sí necesitan.
América Latina: luces y sombras en la lucha contra las drogas
En nuestro continente, los datos son un reflejo de la complejidad del problema. Por un lado, Perú ha logrado reducir el cultivo ilícito de arbusto de coca por primera vez en ocho años. Sin embargo, en Colombia la situación es crítica, con un récord histórico en el cultivo de coca y un aumento del 53 % en la producción potencial de cocaína solo entre 2022 y 2023.
En el Amazonas brasileño, el aumento en las incautaciones de drogas ha ido de la mano con una disminución en la tasa de deforestación, lo que muestra que cuando los gobiernos hacen presencia activa, los resultados se notan. Pero no es suficiente. Las actividades ilegales ligadas al narcotráfico siguen generando violencia y amenazando a las poblaciones indígenas y la biodiversidad.
El acceso desigual a medicamentos: otra cara de la crisis
Curiosamente, mientras las drogas sintéticas inundan las calles, millones de personas en países de ingresos bajos y medios siguen sin acceso adecuado a medicamentos esenciales como la morfina, usada en cuidados paliativos y control del dolor. Según la JIFE, regiones enteras como Asia Sudoriental, Centroamérica y África no tienen suficiente disponibilidad de estos medicamentos, lo que agrava el sufrimiento de pacientes con enfermedades crónicas o terminales.
¿Qué se está haciendo y qué falta por hacer?
Los organismos internacionales y los gobiernos han empezado a trabajar en estrategias integrales que combinen prevención, tratamiento y reducción de daños. La JIFE ha lanzado iniciativas como INCB Learning, que busca ayudar a los gobiernos a prever y gestionar de forma responsable el uso de sustancias para fines médicos y científicos, sin que estas terminen desviándose al mercado negro.
Además, plataformas digitales están facilitando el intercambio de información de inteligencia sobre el tráfico de opioides sintéticos y precursores químicos. Gracias a estas herramientas, muchos países han logrado desarticular redes delictivas que traficaban con estas sustancias.
El desafío es de todos
El auge de las drogas sintéticas no es un problema lejano ni exclusivo de unos cuantos países. Es un desafío global que requiere coordinación, conciencia y acción inmediata. Prevenir el daño significa invertir en educación, salud pública, rehabilitación y justicia social.
La pregunta es: ¿Estamos preparados para afrontar este reto?